La percepción de la política nacional
ha experimentado en los últimos años un giro orientado hacia la desconfianza en
el sistema político y la indignación del ciudadano.
Los españoles llegamos a sentir esa decepción
e indignación con nuestros contratados de forma general. Con todos: los 445.568 políticos. Y a todos se les califica a
diario en algunos foros como “chorizos”. Generalizando.
Vemos que en ocasiones sin causa de fuerza mayor, incumplen el
contrato con sus votantes a cambio de intereses, de líos de dudosa moralidad, o
incluso se les “trinca” haciendo “cosas feas” y tenemos que ver cómo van a la
cárcel.
Sentimos desconfianza e indignación al
ver cómo los objetivos que les hemos encomendado que consigan para nosotros, para
España, los han apartado, escondido, los ningunean con desparpajo y con soberbia
imponen sus intereses a veces contrariamente a lo comprometido. Hay quién desde posiciones de poder toma decisiones que duelen, que hieren o que humillan a sus propios votantes, como por ejemplo la liberación de Bolinaga, creyendo que éstos tragan con todo. Esto crea desconfianza e indignación,
claro, pero no con un caso, ni con dos. Éstas se impregnan poco a poco, caso a caso.
Lentamente. Y lo invaden todo. Sin parecer un cambio tan irreversible como es.
Sin que los políticos las vean colarse por los poros, se hacen con el manto de
la falsa impunidad que les cobija. Cuando se evidencian, es tarde para girar. Es tarde para plantear otras actitudes, otros matices de estrategia.
Este nivel de fracaso requiere una regeneración profunda, de raíz, porque ya no
cuelan los lavados de cara, los
guiños que esconden acuerdo interesados, no cuela el auto aplauso con toca chepas
para la foto, no cuelan las declaraciones solemnes sin la compañía de los
hechos, ni apariencias de regeneración.
Estoy convencida que estos sentimientos
no los provocan todos ellos, los 8.116 alcaldes, 68.462 concejales, 350 diputados, 266 senadores o los 1.218 parlamentarios autonómicos. Si nos paramos a
pensar en personas conocidas, nos vienen a la cabeza muchos concejales y
alcaldes que no cobran un euro, que trabajan por nosotros 24 horas al día, que
además son honestos, transparentes y mejoran realmente nuestra calidad de vida.
Por ejemplo, me acuerdo de Juan, hasta hace nada cobraba una dieta de 6
euros por comisión, un valiente concejal del PP en Vizcaya, y a cambio, se
jugaba el tipo full time defendiendo la
libertad, a España y el liberalismo en su municipio.
Pagan justos por jetas. Siendo evidente que la sensación generalizada es
la descrita, no es menos verdad que a cada político debemos diferenciarle, y allí
dónde haya una lista, debemos evaluar lo que ofrece el candidato, su claridad, su
programa y su gestión anterior. Vienen las elecciones municipales y autonómicas,
las que de verdad se evalúan a pie de
obra.
Tan contraproducente para la clase
política es la soberbia como la indefinición. Hoy existe en las altas esferas
tanta soberbia y tanta indefinición, que se empieza ya a notar cómo esa lava de desconfianza e indignación que ha ido
avanzando en los últimos años ha penetrado de manera profunda y arraigada en ese
manto abrigadito pero permeable. Esto es malo para la democracia. Provoca el
triunfo de la abstención (europeas 2014 con un 54,16%, es decir, casi 19
millones de españoles decidieron no votar), provoca la aparición de candidatos- trampa (con niveles
políticos normales no podría ni soñar en presentarse) como el de Podemos, un
tipo que tiene aptitudes evidentes como comunicador, poca apariencia de
soberbia y mucha apariencia en la claridad de ideas, llega y convence. Pero
ojo, convence a los vencidos por ese río lento y viscoso de la desconfianza y
la indignación.
O toman nota o la nada.